Sangrar era como tirar de la cadena.
Una herida que limpiaba el dolor. En medio de aquel insoportable tufo a soledad.
Sangrar era como tirar de la cadena.
Una herida que limpiaba el dolor. En medio de aquel insoportable tufo a soledad.
Y aquí sigo,
defendiéndome como puedo de tu ausencia.
Tú no apuntabas a nada, yo allí coloqué mi centro.
Disparabas sin mirarme, ignorando por completo,
que allí donde tú pensabas, que tus balas no hacen eco,
resonaban melodías, en mis oidos; por eso,
tengo derecho a soñarte y a creer por un momento,
que era yo el equivocado, que tu diana es mi centro.
Cuéntame que tu objetivo, es acertarme de lleno.
Carolina tiene los ojos tan claros que contienen todo el universo en ellos.
Son una noche sin luz ruidosa. Solo galaxias, estrellas y constelaciones, de fondo.
Miro pocas veces a Carolina a los ojos, de forma fugaz. Me da miedo que me vea haciéndolo y apague su infinita claridad, por no ser digno de observarla, maravillado.
Carolina tiene las manos suaves y dolorosas.
Y unos ojos claros que contienen el universo entero.
Once años devolviéndole una sonrisa a cada desatino, a cada rechazo, a cada fracaso.
Once años poniéndole una sonrisa a cada contratiempo, a cada desencanto, a cada revés.
Once años. Y ahora, lo que obtengo, a cambio de mis sonrisas, son patadas en la boca.
Escribe.
Escribe.
Escribe.
Escribe.
Para no ahogarte en tu dolor. Por tu timidez para hablar.
Para no tener que asistir
hoy a tu propio funeral.
Hay veces que, cuando me lanzan una soga para que me agarre, de lo único que soy capaz, es de enroscármela al cuello.
Tu condena, labrador desheredado, desahuciado, humillado …
Es sembrar
semillas muertas.
Una vez tuve todo el dolor del mundo en mis manos. El dolor sin límite, infinito, humillante … lo tuve una vez en mis manos.
Me borró el concepto de ‘tiempo’; no recuerdo cuanto lo tuve. Abrasó mi piel, me cegó la vista; con él ardieron todas mis esperanzas. También apagó mi voz.
Hoy mis manos son ceniza. Polvo gris que a duras penas sirve para escribir sobre ello.
Respiro profundamente por la nariz el aire frío, acondicionado, de una estancia.
Y me produce sensaciones contradictorias.
Limpia, descongestiona el vacío, mi espacio interior. Y a la vez se lleva consigo y congela hasta abrasar, cualquier resquicio de esperanza.
Dejando a la vista las grietas de la derrota. Frías, rígidas e imparables en su contínuo avanzar hacia la nada.
Que es lo que me queda al final.
Para mañana, te he escrito algo bonito.
Mañana …
Todos los días miro el calendario que guardas en el bolsillo trasero de tus vaqueros. Lunes, martes, miércoles … En ningún día pone ‘mañana‘.
Tus caderas … Ese tobogán hacia la locura.
Hoy, desde detrás de la verja del parque.
No afeitarse – Insultar – Ponerse un pendiente – Faltar al respeto – Contradecirse – Fumarse un puro – Acaparar – No admitir – Renegar del deporte – Hacer amistades fútiles – No parar en casa – Buscar, siempre, algo a cambio – No leer – Generalizar como argumento indiscutible – Exculparse – Contar tres veces lo mismo – Contar tres veces lo mismo – Contar tres veces lo mismo …
Acabo de recordar malos tiempos.
En los que escribía cartas vacías a los Reyes Magos.
Deseando, simplemente, que no me trajeran nada.
Malos tiempos. Malos de verdad.
Y he caído en la rutina
de aceptarme siempre al margen.
De entender que mi presencia
no supone nada a nadie.
No me hables. No me engañes.
Dame un beso
Hoy es martes.
Veo siluetas borrosas, no sé a quién o a qué me enfrento. Por tanto ni siquiera sé si debo adoptar una postura de defensa. Quizás, es ese mi pecado. Siempre preparado para recibir la herida.
Siempre.
¿Qué hace falta para ser prescindible? ¿Qué tienes entre las manos que tanto valoras? ¿Cuánto tiempo que no es tuyo desprecias?
Quizás no supiste observar otros tiempos de tormenta, en los que tu paraguas era férreo. ¿Y el resto, los demás? ¿Qué hace falta para participar de una ceguera?
¿Cuántos recursos crees que gestionas? ¿Cuánto hay de cierto en todo?
¿Que hace falta para ser prescindible?
Hoy dormiré largo y tendido, como me enseñaron de pequeño. Dormiré sin más aspiraciones que soñar despierto, cuando vuelva.
Y no desactivaré el despertador. A la hora que suene, estaré casi lúcido, para empezar a disfrutar de una partida ganada.
Hoy dormiré largo y tendido, ignorando que al volver, no encontraré nada.
Lo que nos hace seguir. Lo que nos hace dudar. Lo que nos lleva a errar.
Sin encontrar.
Lo que nos hace olvidar. Lo que nos ciega a sentir. Lo que nos lleva a intentar.
Y perdonar.
Lo que nos hunde otra vez. Lo que nos vuelve a encumbrar. Lo que nos duele sin fin.
Y sin curar.
Lo que se alarga al seguir, un eterno caminar, un logro sin alcanzar.
Abandonar.
Educamos en la ignorancia. Creemos que el problema es de las generaciones venideras. Descuidamos el futuro, cada día presente.
Fomentamos la pérdida de valores cabales y nos autoexculpamos entronando otros valores vacíos; haciendo del engaño un placentero colchón de vida. Nos alejamos: cuanto más juntos estamos, cuanto más cerca nos necesitamos.
Por desidia e ignorancia aceptamos razones inaceptables. Lo bochornoso se convierte en cotidiano, sin ningún tipo de oposición.
Nadie asume. Siempre hay alguien a quien apuntar. Y ese alguien también señala a otro.
Ya no hay personas.
Somos el sistema.
No serán personas. Serán un mecanismo.